Muchos de los que transitamos la cuarta década supimos pasar muchas de nuestras adolescentes horas jugando al DOOM.
La cosa era simple: había que enfrentarse a una enorme cantidad de seres de otra dimensión que eran bien malos y matarlos a todos.
Entre los malos había uno particularmente perjudicial, el nombre, ay, no es bueno: Arch-vile.
La cualidad del Arch-vile era, ni más ni menos, que darle vida a los muertos. Cuando aparecía este pelado había que aguantar lo que nos tiraren el resto de los bichos y darle con todo hasta matarlo. De no hacerlo, el mencionado pelado se encargaba de resucitar más y más muertos y más temprano que tarde nos quedábamos si balas y... listo.
Matar a este vil archivillano no nos garantizaba cumplir nuestra misión, misión que era, obviamente, salvar a la humanidad toda.
No.
Nada de eso.
Sólo era una acción necesaria para seguir con vida.
Nada.
Eso.
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